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Y, sí, desde aquel entonces la cantidad de ruido que se puede encontrar sobre el tema de Jericó, especialmente en la red, es inmenso. Pero a nosotros lo que realmente nos interesan son los datos. Lo que realmente dice el registro arqueológico. Y ese es el tema de este post. (publicado originalmente el 12/12/20110)
Jericó es un ejemplo claro de la lucha contra el conocimiento por parte de unos grupos organizados de personas que pretenden sustituir el conocimiento histórico (que podemos obtener a partir de los registros arqueológicos) por una visión deformada de la realidad extraída a partir de una interpretación literal y aberrante de los textos del Antiguo Testamento dictada por el fanatismo religioso.
Naturalmente, la propia Biblia no tiene la culpa de eso. El Antiguo Testamento es una fuente histórica de primera magnitud que ha demostrado ser de gran utilidad cuando se la trata como lo que realmente es: una recopilación tardía de relatos épico-legendarios cuyo encaje en la secuencia histórica nos puede regalar concordancias sorprendentes (y gratificantes) siempre y cuando dicho encaje se haga a partir de los datos históricos y arqueológicos que conocemos por otras fuentes.
El problema es el de siempre. Hay gente que cree que si un solo dato histórico suministrado por la Biblia se demuestra erróneo, sus creencias religiosas se verían afectadas. Yo nunca he entendido por qué. Al fin y al cabo hay millones de cristianos en el mundo que no creen en una literalidad absoluta de todas las frases que están escritas en el Antiguo Testamento, y su fe no se ve afectada en lo más mínimo por ello. Es más, yo diría que se refuerza, ya que al librar a su fe de la tiranía de los datos por un lado tienen un campo más amplio y rico de interpretación (alegorías, métaforas, ménsajes subyacentes, etc) y por el otro no se ven obligados a defender su fe constantemente con flagrantes mentiras.
En todo caso, desde el punto de vista de la Arqueología lo que nos interesa es descubrir cómo fueron los hechos. Y para eso hay un marco de investigación y una metodología científica a partir de la cual los investigadores pueden llegar a conclusiones básicas que son aceptadas por la mayoría del mundo académico, independientemente de las creencias religiosas (o antirreligiosas) de cada cual. El defender (o atacar) las religiones a partir de esos hechos es algo que por definición excede los límites de la Arqueología, excepto en el caso puntual de las opiniones religiosas que nieguen los hechos en sí, en cuyo caso son ellas las que entran en conflicto con la Ciencia, y no al revés.
Veamos ahora el caso de Jericó algo más en detalle.
La importancia de Jericó reside en que según el relato bíblico fue la primera ciudad conquistada por los israelitas en Palestina.
Los primeros capítulos del libro de Josué describen cómo tras cruzar milagrosamente el río Jordán el ejército israelí cercó Jericó y derribó sus murallas por medio de otro milagro, cuando los sacerdotes que conducían el arca de la alianza hicieron sonar sus trompetas mientras daban siete vueltas en torno a la ciudad.
Siguiendo el mismo relato bíblico, toda la población (hombres, mujeres y niños) fue pasada a cuchillo excepto una prostituta y su familia. La masacre llegó hasta el ganado, que también fue exterminado. La ciudad no fue saquedada. Sólo se recogieron los metales valiosos antes de indendiarla con todos sus bienes intactos como ofrenda a Yahvé.
Una nota curiosa es que (a diferencia de otros casos similares) la Biblia no da ninguna justificación o explicación para esta matanza. Ni siquiera se ofrece la coartada de una orden divina, puesto que es el mismo Josué el que por su cuenta ordena el sacrificio. Si a esto le unimos la profusión de detalles en el texto y la coherencia en la descripción geográfica, había motivos para suponer que algún hecho histórico concreto podía ocultarse detrás de la leyenda. Entonces comenzaron las excavaciones.
Lo mejor del yacimiento de Tell es-Sultan, la colina donde se ubicaba la antigua Jericó, es que ofrece un espacio bien delimitado donde excavar, definido geográficamente por la propia colina y sin solapes con la ciudad moderna que está pegada a él. Por eso uno no puede por menos que sonreirse ante las críticas de algunos fundamentalistas que alegan que los arqueólogos pueden haberse equivocado de sitio al hacer su excavación.
La primera excavación moderna tuvo lugar entre 1.907 y 1.911. La realizó una expedición austroalemana dirigida por Ernst Sellin y Karl Watzinger. Contó con planos, fotografías y dibujos, y delimitó varias secuencias estratigráficas en el yacimiento. Pero en aquella época aún no contaban con medios para datar cronológicamente los estratos con fiabilidad. Esta excavación no encontró ningún resto que pudiera ser atribuible a la Edad del Bronce Reciente (h.1.550-1.200 A.C.) y en consecuencia Watzinger concluyó que Jericó estaba deshabitada en la presunta fecha de su conquista por Josué (h. 1.407 A.C. ).
La siguiente campaña de excavaciones fue la dirigida por John Garstang entre 1.929 y 1.936. Fue también una excavación moderna con delimitación de estratigrafía y con un intento de cronología basado en la tipología de las cerámicas asociadas a los estratos. El problema fue que sus conclusiones fueron opuestas a las del equipo de investigación anterior. Garstang reclamó haber encontrado una doble muralla colapsada que rodeaba una ciudad del Bronce Reciente, la “Ciudad IV” de Jericó. Según él la “Ciudad IV” fue destruida por el fuego en torno al año 1.400 A.C. en completa concordancia con el relato bíblico.
Naturalmente, el problema era la metodología. Dar fechas tan concretas mediante un método tan arriesgado como la secuencia de la tipología de cerámicas es imposible. Pero en la época de Garstang no había metodologías alternativas. Y en ese sentido su método de interpretación era adecuado para su época. Si la Arqueología no podía datar los estratos con exactitud, lo más sensato era confiar en las fuentes escritas (en este caso, la Biblia), y tratar de adecuar la interpretación de los hallazgos que se realizaran a lo escrito en la misma. Poco más se podía hacer por aquel entonces.
Kathleen Kenyon
La revolución vino de la mano de Kathleen M. Kenyon, una arqueóloga experimentada que llevó a cabo una serie de campañas en Jericó entre 1.952 y 1.958.
Kathleen M. Kenyon introdujo la Ciencia moderna en las excavaciones, con una tecnología punta para su época que incluía el uso del c-14, y la asignación de cronologías precisas a los estratos. El valor de su obra puede medirse por el hecho de que las conclusiones que alcanzó siguen siendo válidas en términos generales dentro del mundo académico más de 50 años después.
Kenyon trató el yacimiento como una fuente de información en sí misma que podía contarnos su propia historia independientemente de lo que dijeran las fuentes escritas. Los avances tecnológicos con los que desarrolló su trabajó se lo permitían, y así es como trabaja la Arqueología moderna. Si lo encontrado y datado científicamente coincide con lo que dicen las fuentes escritas, albricias. Si no, son las fuentes las que deben revisarse cronológicamente o reinterpretarse. Es puro sentido común.
Kenyon periodizó las etapas de poblamiento de la Edad del Bronce en Jericó en cuatro grandes bloques:
- Bronce Antiguo (h.3.000-2.200 A.C.): Es la Edad de Oro de Jericó. Un asentamiento relativamente grande y amurallado donde se suceden dos culturas en el tiempo. Se han detectado hasta 17 fases de restauración o reconstrucción de las murallas. La doble muralla con evidencias de colapso encontrada por Garstang resultó pertenecer a esta época, concretamente al 2.300 A.C. , 900 años antes de la época de Josué.
- Periodo intermedio Bronce Antiguo/Bronce Medio (h.2.200-1.800 AC): aunque se han encontrado numerosas tumbas, no aparece una ciudad propiamente dicha hasta el final del periodo. Sí que hay fondos de cabañas y restos de cerámica, por lo que se deduce que los nuevos pobladores eran nómadas en vías de sedentarización. Kenyon los identifica con los amorreos.
- Bronce Medio (h.1.800-1.550 AC): la ciudad vuelve a florecer y se rodea de una nueva muralla. Esta ciudad es la “Ciudad 4″ que Garstang interpretaba como la destruida por Josué. Las nuevas dataciones con c-14 la retrasaron varios siglos en el tiempo, y la fecha de su destrucción violenta por incendio quedó fijada h.1.550 AC, en el contexto de las guerras entre egipcios e hicsos, 150 años antes de la presunta aparición de Josué, y en un contexto histórico completamente distinto.
- Bronce Reciente (h.1.550-1.200 A.C.): Los restos hallados son minúsculos, y no hay rastros de murallas. Aparentemente el lugar estaba despoblado o a lo sumo era sede de una pequeña aldea sin fortificar. Y seguiría en ese estado hasta bien entrada la Edad del Hierro. La antigua fecha estimada de 1.407 A.C. para la conquista de Josué quedaba en medio de esta fase de despoblamiento.
1: Trinchera principal de la excavación de Kenyon, con la torre neolítica. 2: Fuente de Eliseo. 3: Excavaciones de Kenyon en la Ciudad IV del Bronce Medio. 4: Zona aproximada del área excavada por Garstang. A-F: Excavaciones recientes de la misión italo-palestina (1.997-2.000).
Nótese que con buena parte de la colina ya excavada por las tres series de campañas que se sucedieron en el s.XX seguían sin aparecer la ciudad y la muralla buscadas, mientras que por el contrario aparecían cada vez más restos de ciudades y murallas que se sucedían en el tiempo en un contexto cronológico cercano pero imposible de encajar con el relato bíblico convencional. La conclusión estaba clara. El relato de Josué no podía ser interpretado literalmente. Si había un fondo de verdad en la leyenda, tendría que ser reinterpretado a partir de los datos de la Arqueología.
A partir de aquí no fueron pocos los investigadores cristianos que hicieron esa reinterpretación de los textos del Antiguo Testamento, con más o menos acierto. Por el contrario, el caso singular fue Bryant G. Wood, que se empecinó en un ataque personal contra Kenyon y siguió defendiendo la fecha de h.1.407 A.C. y la literalidad del texto bíblico, convirtiéndose rápidamente en la principal referencia del evangelismo fundamentalista norteamericano.
El trabajo de Bryant G.Wood sólo puede calificarse de pseudociencia (o pseudohistoria). Parte de la base de que todas y cada una de las palabras de la Biblia son verdades históricas que han permanecido inmutables a lo largo del tiempo sin ser alteradas por la transmisón oral o las traducciones gracias a un milagro divino. Su “investigación” consiste en intentar deformar la realidad de forma que se adapte a sus ideas preconcebidas sobre la Biblia. Y francamente, podría haberse ahorrado el trabajo, puesto que si ya de antemano tenía todas esas verdades divinas reveladas, cualquier tipo de “investigación” sobra.
En su discurso sobre Jericó, Wood pretende revalorizar la obra (y las conclusiones) de Garstang intentando hacernos ver que son más fiables que el trabajo de Kenyon, a pesar de la enorme diferencia metodológica y tecnológica entre ambas obras. Básicamente Wood incide en cinco puntos:
“Mapa” de Bryant. Cómparese con el que figura arriba.
1) Según él la zona excavada por Kenyon era muy pequeña y correspondía a un barrio pobre. Para demostrarlo nos pone el mapa que veis a la izquierda, donde sólo figuran las excavaciones 3 y 4. Evidentemente es un plano para engañar a los tontos. Los planos que reflejan todas las excavaciones como el de arriba (y las mismas fotos del yacimiento) muestran que la colina actual ha quedado como un queso de gruyere. Y dentro de ese queso, los hallazgos más significativos de la Edad del Bronce, sí, corresponderían a las excavaciones 3 y 4.
2) Las deficiencias de la metodología de Kenyon en el análisis de la secuencia de materiales cerámicos. Hay que decir, que efectivamente, este es el punto más flaco de la obra de Kenyon, y que si bien su excavación fue modélica para la época en que se realizó, hoy día el análisis y la catalogación de la cerámica se hubiera hecho con métodos más exhaustivos. Sus informes sobre el material cerámico son algo farragosos, y la correlación entre loci y hallazgos no siempre es clara. Es algo sobradamente conocido. Sin embargo, la crítica de Wood se dirige principalmente a discrepancias sobre la datación basándose en presuntos errores que habría cometido la investigadora al clasificar e interpretar la tipología. Y eso es un aspecto mucho más discutible, y en todo caso irrelevante de cara a la datación, puesto que la cronología de los estratos está basada en los ensayos de c-14, y no en la tipología de la cerámica.
3) El escepticismo ante las conclusiones de Kenyon que identifican 20 fases arquitectónicas en el corto periodo del Bronce Medio III (1.650 a 1.550 A.C.). Me parece muy bien, y comparto ese escepticismo. Pero eso tampoco es un argumento relevante de cara a la datación. Lo importante es la datación con c-14 de esos estratos. El que las fases arquitectónicas que se puedan distinguir dentro de los mismos sean realmente más o menos es sólo una cuestión de detalle.
4) El hallazgo de 4 escarabajos y un sello egipcios pertenecientes al Bronce Reciente, hallados por Garstang en el cementerio al noroeste de la ciudad. Evidentemente eso prueba la presencia de seres humanos en algún momento del Bronce tardío de Jericó, cosa comunmente admitida, pero nada más. En el mejor de los casos sugerirían la presencia de un funcionario egipcio que controlaría una pequeña aldea en Jericó, dato que sería coherente con el contexto que podemos ver en el registro arqueológico de las cartas de Amarna, pero de difícil integración en el relato bíblico tradicional.
5) La existencia de un ensayo de c-14 realizado sobre un trozo de carbón vegetal encontrado entre los escombros de la destrucción de la Ciudad IV que dataría dicha destrucción en 1.410 A.C. en plena consonancia con la fecha bíblica tradicional (!!?).
No deja de ser significativo que la única referencia al c-14 en toda la argumentación de Bryant G. Wood sea justamente este ensayo. Se ignoran deliberadamente todos los ensayos que no coinciden con sus ideas preconcebidas y se priman los datos excepcionales sobre los generales con el fin de defender lo indefendible. Es un método al que ya nos tienen acostumbrados los creacionistas. Pero bueno, una prueba es una prueba, y en toda la argumentación de Wood esta sería la única prueba que realmente merecería cierta atención. Veamos lo que ocurrió con dicho ensayo.
En la época en que Wood publicó sus primeros estudios, a comienzos de los 90, este ensayo de carbono-14 era el único del que se disponía sobre una muestra de carbón procedente del incendio que acabó con la ciudad. En aquel entonces sí que tenían sentido sus reivindicaciones, puesto que a falta de más evidencias cabía dentro de lo posible que el incendio realmente correspondiera a 1.407 A.C., aunque tal cosa no fuera coherente con el resto de la estratigrafía.
Ante la importancia del caso, se solicitó una revisión del ensayo al British Museum, organismo responsable de esta datación. La revisión halló que los aparatos de medición de radiocarbono del British Museum habían estado actuando fuera de calibración durante un periodo de tiempo, y que tanto esta muestra como otras centenares estaban mal datadas. Estas cosas pasaban entonces, cuando las muestras solían ensayarse en solo un laboratorio. Hoy día nadie admitiría un estudio que no estuviera basado en 3 laboratorios independientes distintos, y por eso este tipo de errores son en la actualidad mucho más infrecuentes y además son rápidamente detectados al no coincidir la datación de un laboratorio con las del resto, pero hace 20 años, estas cosas simplemente… pasaban.
El propio British Museum corrigió su datación original y certificó una nueva datación que resultó ser coherente con la fecha dada por Kenyon al incendio, h.1.550 A.C. Pero el mal ya estaba hecho. Y a esto se añadía el inconveniente de que la datación sobre el carbón sólo nos dice el momento en el cual el árbol fue cortado. Incluso aceptando la fecha de 1.550 A.C. para la madera, el incendio pudo perfectamente haber ocurrido 150 años después.
Eran imprescindibles nuevas dataciones para fijar la cronología del incendio más allá de toda duda. En 1.995 Hendrik J. Bruins y Johannes van der Plicht publicaron los resultados de los ensayos efectuados sobre 80 (!) nuevas muestras procedentes de Jericó. Seis de estas muestras eran granos de cereal carbonizados en el incendio asociado a la destrucción de la Ciudad IV. Los resultados fueron concluyentes: “La ciudad fortificada de la Edad del Bronce en Tell es-Sultán no fue destruída h.1.400 A.C. como sugería Wood (1990) (…) La destrucción final del Jericó del Bronce Medio tuvo lugar durante el s.XVI AC o a finales del s.XVII”.
(Bruins, H. J. and van der Plicht, J. “Tell Es-sultan (Jericho): Radiocarbon results of short-lived cereal and multi-year charcoal samples from the end of the Middle Bronze Age.” Proceedings of the 15th International 14C Conference. Cook, G. T., Harkness, D. D., Miller, B. F. and Scott. M. (eds.). Radiocarbon. Vol. 37. No. 2. 1995. pp. 213-220)
Bryant G. Wood simplemente ignoró los nuevos datos (hasta el día de hoy), y en lugar de eso en sus articulos actuales sigue reclamando como válido el ensayo que dio 1.410 A.C. aunque haya sido rectificado por el propio laboratorio que lo emitió. Ya se sabe, no hay que dejar que los hechos estropeen una bonita argumentación. Por supuesto, la última y más moderna campaña de excavaciones llevada a cabo por Lorenzo Nigro y Nicolo Marchetti (1.997-2.000), de la universidad la Sapienza de Roma, al mando de una expedición italo-palestina, tampoco son mencionados por Wood. Como podéis ver en el mapa de arriba, las últimas excavaciones contemporáneas se han llevado a cabo en varios puntos de la ciudad sin encontrar murallas o restos apreciables del Bronce Reciente.
En resumen, la fecha de 1.550 A.C. como punto final de la Jericó del Bronce Medio a causa de una destrucción violenta por incendio es hoy día ampliamente aceptada por prácticamente toda la comunidad científica. No existe esa pretendida controversia que algunos quieren inventarse apoyándose en las descaradas mixtificaciones de Wood. En realidad el único motivo para cuestionar esa fecha hoy día es una interpretación muy particular de la Biblia que hacen los grupos ultrarreligiosos en Norteamérica. Pero… ¿realmente dice la Biblia que Jericó fue destruida en 1.407 A.C. como ellos afirman? ¿De donde demonios sale en realidad esa fecha?
Si repasamos las escrituras, el libro de Josué no nos da ninguna fecha concreta. Para llegar a esa fecha tenemos que irnos a un sitio completamente distinto y fuera de contexto, a Reyes 6,1, donde se dice que el comienzo del éxodo tuvo lugar 480 años antes de la construcción del templo de Salomón. Eso nos daría 967 AC + 480 años - 40 años (éxodo) = 1.407 AC.
Al ser un dato aislado que aparece en un libro bastante posterior a Josué y con una fecha sospechosamente redonda, la mayoría de los estudiosos de la Biblia piensa que esa cifra de 480 años hay que interpretarla como 12 generaciones, según el cómputo tradicional que asigna 40 años convencionalmente a cada generación. Si tenemos en cuenta que en realidad las generaciones se solapan en el tiempo, una fecha de 25 años por generación sería más realista, con lo cual nos podría quedar 967 AC + (12*25) años - 40 años (éxodo) = 1.227 AC. Curiosamente una fecha muy cercana a la aparición de los israelitas como etnia en Palestina según el registro histórico y arqueológico.
Pero no, lo mejor es negar los datos de ese registro arqueológico y no hacer ningún cambio en los números de la Biblia, porque al fin y al cabo estos son sagrados, inmutables, conservados en su literalidad por un milagro, pero… espera, ¿de dónde ha salido ese 967 A.C.?
La cifra de 967 A.C. que se admite convencionalmente como fecha de la construcción del templo de Salomón NO procede directamente de la suma de los datos de los reinados registrados en la biblia “literalmente”. Eso ya lo hizo Ussher en el siglo XVII y la fecha que obtuvo fue distinta: 1.012 A.C. No. En realidad la fecha de 967 A.C. procede de los cálculos y ajustes en la cronología que realizó Edwin R. Thiele el siglo pasado.
http://en.wikipedia.org/wiki/Edwin_R._Thiele
El tema merecería un post por sí mismo, pero básicamente se resume en que Thiele advirtió que la cronología de los reinados de los reyes de Israel y Judá tal y como figuraba en la Biblia era incoherente en sí misma. Thiele resolvió el problema mediante una hipótesis brillante que consistía en añadir un año al reinado de los reyes de Judá suponiendo que en los registros de ese reino no se contemplaba el primer año de reinado (el “año de ascensión”). La nueva cronología de Thiele resolvió la mayor parte de las incongruencias y permitió que las cronologías cruzadas de los reyes de Israel y Judá fueran coherentes entre sí, a costa de sacrificar la “literalidad” del registro bíblico de esos reinados.
Pero entonces… si tal cosa es admitida como normal por los literalistas ¿por qué empeñarse en una fecha tan absurda como 1.407 A.C. para la toma de Jericó si esa fecha se puede reducir (o ampliar) mucho más fácilmente mediante un método interpretativo similar, tal y como hacen la mayoría de los investigadores cristianos? La única respuesta que puedo dar a esa pregunta es: porque lo dice el líder de la secta. Y porque tanto ese líder como el señor Wood están haciendo mucho dinero a costa de hacer pasar como Historia bíblica y defensa de la ortodoxia lo que en realidad es pseudociencia, pajas mentales y fundamentalismo ciego.
Pero, ¿hay en realidad alguna posibilidad de que el relato de Josué haya ocurrido en realidad en tal fecha (1.407 A.C.) si conservamos íntegramente su literalidad? No. Para negar eso no hacía falta ni siquiera haber excavado Jericó. Ni tampoco la vecina Ay (Ay!), la segunda ciudad conquistada por Josué, y donde las excavaciones llevadas a cabo por Judith Marquet-Krause en el siglo XX tampoco encontraron ningún resto apreciable del Bronce Reciente (recomiendo encarecidamente el ensayo “La mujer que convirtió a Josué en leyenda”, sobre la arqueóloga Judith Marquet-Krause y su magnífica campaña de excavaciones en el yacimiento de Ay, está disponible on-line http://www.ucm.es/BUCM/revistas/ghi/02130181/articulos/GERI0707230023A.PDF ) Es una historia paralela a las excavaciones en Jericó y con exactamente los mismos resultados. No, para constatar que una interpretación literal apoyada en la fecha de 1.407 A.C. era imposible no hacía falta excavar nada. Bastaba con haber intentado integrar el relato en el contexto histórico del Bronce Reciente en Oriente Medio, que afortunadamente conocemos bastante bien.
Campaña meridional de Josué. Atlas de la Biblia. Ed.Selecciones del Reader´s Digest. Click para ampliar.
Campaña septentrional de Josué. Atlas de la Biblia. Ed.Selecciones del Reader´s Digest. Click para ampliar.
Como se puede apreciar en los mapas, según el relato bíblico las campañas de Josué fueron fulminantes, se extendieron por la mayor parte de Palestina y pusieron bajo control hebreo la mayor parte del territorio. ¿pudo tal cosa haber ocurrido en 1.407 A.C.?
Prácticamente imposible, pues sabemos por muy diversas fuentes históricas y arqueológicas que el control efectivo egipcio sobre esa misma zona se sucedió sin interrupciones desde Tutmosis III (h.1.480 A.C. , sí el mismo de este post: http://cnho.wordpress.com/2009/09/23/mi-reino-por-un-elefante-pigmeo/ ) hasta el reinado de Ramsés II (1.279-1.213 A.C.).
Hay miles de documentos y hallazgos que lo confirman, pero el registro arqueológico más impresionante es el de las cartas del yacimento de Amarna. Es un registro de la correspondencia diplomática entre los faraones (Amenhotep III, h.1.391-1.353 y Akenatón, h. 1.353-1.336) y los reyezuelos cananeos vasallos que obedecían sus órdenes en las ciudades palestinas.
Siria-Palestina en el s.XIV A.C. Remarcadas con un círculo las ciudades cananeas vasallas que mantenían correspondencia con el faraón. Los círculos rojos señalan las ciudades de las cuales se conserva el nombre del gobernante. Cultural Atlas of Mesopotamia and the Ancient Near East, Michael Roaf.
El mundo de Amarna es un mundo de pequeñas ciudades cananeas controladas por el faraón. Los hebreos no figuran por ninguna parte, y su posible identificación con las bandas de “Apiru” que vagaban entre las ciudades saqueando los campos es más que dudosa, prácticamente desestimada hoy día.
¿Cómo coinciliar entonces los datos de Amarna con las fuentes bíblicas? Manteniendo la interpretación literal que defiende Wood es imposible y él lo sabe, pero no le importa. Simplemente mira para otro lado y sigue haciendo caja. Pero la mayoría de los investigadores (y también la mayoría de los investigadores cristianos) fechan la aparición de los israelitas como etnia en la segunda mitad del s.XIII, en una época posterior a Amarna. Está en discusión si su aparición está ligada a una conquista violenta (como la relatada en el libro de Josué), a una infiltración pacífica o… si simplemente sus antepasados siempre vivieron allí. Lo indiscutible es que tanto arqueológicamente como en las fuentes escritas (Estela de Merneptah, 1.207 A.C.) aparecen justo en ese momento.
Esos son los hechos. Y ahora… dos advertencias. Este es un blog de Ciencias, y el interés de este post está enfocado únicamente a la Historia y la Arqueología. Cualquier aporte a la Historia y cualquier rectificación a los datos que ofrece el post serán bienvenidos (por supuesto incluyendo los aportes que vean esa Historia desde una perspectiva cristiana). Por el contrario los comentarios que sólo contengan sermones o declaraciones religiosas de fe serán borrados. Este no es un blog para predicar, sino para intentar avanzar en el conocimiento de las cosas.
Y la segunda advertencia va para aquellos que pensáis que la Biblia es sólo un conjunto de fábulas inútil como fuente de Historia. Os dejo sólo un detalle para pensar en él. Cuando los hebreos de la segunda mitad del s.XIII se paseaban por las ruinas de la Jericó del Bronce Medio tendrían a su vista varias cosas que la Arqueología ha detectado hoy: una gran muralla colapsada, quizás por un terremoto (la muralla del 2.300 A.C.) , restos de incendio en una ciudad asaltada por la fuerza (1.550 A.C.), cadaveres de hombres, mujeres y niños, y… abundantes restos de cereal quemados en una ciudad que aparentemente no había sido saqueada a fondo tras el asalto y cuyas provisiones estaban intactas. No es difícil imaginarse cómo explicarían la historia de un lugar así. Son curiosos detalles que podemos encontrar claramente reflejados en la Biblia, y que para desgracia de los fundamentalistas en este caso contribuyen a identificar el yacimiento en cuestión más allá de toda duda razonable.
Curioso, ¿no?
Bibliografía recomendada:
- Kenyon, K. M. (1954) Excavations at Jericho. The Journal of the Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, Vol. 84, No. 1/2 (Jan. – Dec., 1954), pp. 103-110
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